"...Mi padre... tenía ideas distintas de la generalidad; creía, por ejemplo, que un hombre, para llegar a ser buen médico, debía empezar de enfermero; un arquitecto, de albañil; un militar, de soldado, y un cura, de monaguillo.
Cuando terminé yo el bachillerato, el bueno de mi padre me miró muy serio y me dijo:
-Has estudiado una porción de cosas que no te servirán para nada. Piensa en lo que te puede gustar, explora tus inclinaciones. Vas a venir conmigo durante unos días, y ya me dirás lo que te agrada más de lo que vayas viendo.
El primer día fuimos a una fundición, vimos una máquina de vapor con unas bolas que giraban rápidamente, unos hornos, una correa sin fin que se deslizaba cerca del techo silbando...
-¿Te gustaría estar aquí? –me preguntó mi padre.
-No, papá, no me gustaría nada –le contesté yo.
A los dos o tres días, mi padre me llevó a San Carlos, vi la sala de disección con sus mesas blancas de mármol, sobre las cuales había piernas y brazos de persona. Aquello me dio frío. Luego fuimos a un laboratorio en donde había un señor muy delgado, muy negro, de muy mal humor, revolviendo con una varilla de cristal en una especie de cacerola, que Dios me perdone si no creo que estaba llena de gargajos.
-Esto me gusta menos –dije, medio mareado.
Los días posteriores vimos una serrería, varios almacenes, y toda clase de fábricas y de establecimientos.
Viendo que no me gustaba lo que veía, mi padre dijo con tono fúnebre:
-Mira, ya que no sirves para nada, estudia para abogado.
Lo hice así y, gracias a las recomendaciones de mi tío el ex ministro, pude ir saliendo adelante en los exámenes. Tomé el título y en la primera defensa que hice comprendí que no servía para el Foro; se me secaba la garganta y no podía vociferar lo necesario para que los señores de las sayas y del birrete se interesasen en lo que les decía.
Pensando y pensando entonces en lo triste que es no tener dinero y no servir, además, para nada, se me figuró que sirviera para literato.
-¿Qué te parece, papá?
-Bien -contestó mi padre, encogiéndose de hombros-. Es, indudablemente, la profesión donde hay más idiotas. Por poco listo que seas, yo creo que algo harás. Siempre es más fácil hacer una mala novela o un mal drama que una mala cerradura.
-¿De modo que no te parece mal?
-¿Qué quieres que te diga? Tienes una ventaja, es verdad.
-¿Cuál?
-Que vivimos en un país de saldo.
-¿Cómo de saldo? No te entiendo
-Un país de saldo, sí. A mí España me da la impresión de un país que compra sus instituciones y su civilización en una prendería. España está a nuestra altura, compra ideas viejas, como nosotros compramos capas usadas en casas de préstamos.
-¿De manera que te parece bien que me haga escritor?
-¡Psé! Casi preferiría que te hagas torero.
Comprendí que a mi padre no le había gustado mucho la idea; pero como no se me ocurrió otra cosa, me dediqué a escribir dramas simbólicos y zarzuelas de género chico. Mi tío me protegió dándome quince duros al mes por llevarle la correspondencia y acompañarle a paseo, y con este sueldecito y algunas pesetas que me daban de vez en cuando en los periódicos ilustrados, por cuentos y poesías, iba marchando mal que bien".
Fuente: La Busca (1904), de Pío Baroja y Nessi (San Sebastián, 28 de diciembre de 1872 – Madrid, 30 de octubre de 1956), escritor español de la llamada Generación del 98.
- Biografía de Pío Baroja
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