EL PERUANO/LUIS LAGOS. Copiar es un verbo muy común en la formación de nuestros ciudadanos. Los más pequeños se apropian de la autoría intelectual cuando en los periódicos murales de los colegios públicos y privados aparece un poema o un texto extraído de un libro y con el nombre de un alumno de primaria que pone su nombre al final, obviando citar al poeta o al escritor.
Lógicamente esto es conducido por un docente que ‘sin querer queriendo’ introduce a los menores al primer paso para transgredir los derechos de autor. Si un niño de primaria es educado de esta manera es muy poco probable que en la secundaria repare en esta transgresión, pues lo único que le importa a un adolescente en esa etapa es cumplir con su tarea. No importa si para eso tiene que extraer textos de internet y presentar un folder manila con su nombre como investigador y luego una serie de hojas impresas desde la web de Wikipedia. Nunca le enseñaron a citar fuentes. Es comprensible.
Hay influencias que te inducen hacia el universo del plagio. En las afueras de las principales universidades de Lima existen tiendas que ofrecen tesis y monografías en tiempo récord. ¿Creen ustedes que hay personas superdotadas que pueden escribir la tesis en un mes? Es increíble, pero estos personajes solo te piden el título o la idea que tienes de tu preocupación y en menos de lo que piensas ya tienes tu investigación con una vasta bibliografía. Lo más curioso es que esta ‘tesis’ sostenida ante un jurado pasa como por un tubo porque si realizas una buena explicación oral de lo que has leído en el ‘trabajito’ que compraste, tu aprobación es una fija. Al parecer, en muchos casos, los catedráticos recién empiezan a leer los textos en el momento que lanzan las preguntas al que pretende obtener un grado académico.
Un trabajo de investigación es un proceso largo y riguroso. Combina tiempo y disciplina, y obviamente, dinero. En consecuencia, hay muchos que saltan desvergonzadamente las primeras premisas y utilizan solo las monedas para colocar su nombre en una publicación ajena. Es que desafortunadamente el plagio está en todos los rincones de nuestro país. Allí está el emporio comercial de Gamarra como el más significativo ejemplo. A vista y paciencia de todas las autoridades se venden las mejores copias, las mejores imitaciones confeccionadas con nuestro más fino algodón. Actualmente ser un plagiador es un acto aparentemente normal porque la conciencia de cada individuo minimiza el riesgo y soslaya la ética para apropiarse de las ideas de otros. En países más desarrollados las ideas se patentan, las frases célebres tienen autor y los ‘copiones’ pagan fuerte multas y son enviados a la cárcel.
Plagiar no es un acto moralmente aceptado. El plagio no es un acto propio de un luchador social. Es un robo. Un delito que desprecia el talento y el esfuerzo de los investigadores y creadores literarios. Es una ofensa que merece la más dura sanción de la ley.
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